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La pulsión sexual y la capacidad orgástica

Para empezar, la sexualidad es un sistema que forma parte de la fisiología humana. Según los tratados de neurología, el proceso comienza con el impulso sexual que se desencadena desde el hipotálamo. El movimiento expansivo del placer, percibido como temblor, onda, oleaje, borbotones, etc., en su infinita gama de formas, ritmos, intensidades y matices, recorre todos y cada uno de los rincones y niveles orgánicos que nos conforman (molecular, celular, órganos, etc.), imprimiendo un tono y un ritmo unísono a todo el organismo. Nuestra morfología implica dicho movimiento que cumple una importante función en las autorregulaciones parciales y en la del cuerpo como un todo. La capacidad orgástica corporal existe desde la etapa intrauterina y hasta que sobreviene la muerte. La sexología científica del siglo pasado llamó también ‘carga libidinal’ o ‘libido’ al potencial orgástico inherente al organismo humano. Reich, desde esta perspectiva científica, decía lo mismo que Medinilla cuando aseguraba que la pulsión sexual es la pulsión vital per se, que deshace la coraza, impulsa, anima y regula el organismo humano. Por eso, la castración sexual ha sido siempre una técnica de desvitalización para la domesticación de los animales, humanos incluidos. Hay que tener en cuenta dos cosas difíciles de ver desde nuestro condicionamiento cultural: la producción del deseo y el proceso de expansión del placer son mecanismos del sistema autónomo (o involuntario) parasimpático, el cual supone un estado de relajación corporal, difícil y escaso en un tejido social competitivo; y también que es un proceso interno espontáneo de nuestro metabolismo básico, que cuando se trata de pautar o convertir en una metodología diseñada exteriormente se cortocircuita con diversas consecuencias.

Mujer árabe nómada beduina amamantando a su bebé en 1974.

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Las emociones y el inconsciente

La neurología también explica que las pulsiones orgánicas como las sexuales, defensivas o de lucha, cursan con emociones y sentimientos para implementar su desarrollo. El sentimiento amoroso y la emoción erótica acompañan el desarrollo de la pulsión sexual produciendo una armonización de los sistemas corporales, en un movimiento expansivo tan impresionante que a veces se ha calificado de sentimiento oceánico, como si el cuerpo fuera tan solo una gota de agua en medio de toda el agua y fuerzas del océano. Sin embargo, si la pulsión se inhibe, el sentimiento y la emoción quedan huérfanas de la pulsión que las daba sentido, provocando una pérdida de la sabiduría emocional, creando desconcierto y ansiedad. El llamado analfabetismo emocional es fruto de la represión, y es la punta del iceberg de un fenómeno represivo interno más amplio. La propia desconexión interna, fraguada en un desarrollo ontológico de inhibiciones continuado, hace que el proceso sexual y su frustración sean a menudo sensorialmente imperceptibles e inconscientes. De hecho, el inconsciente fue descubierto por G. Groddeck al observar las pulsiones sexuales más fuertes y a la vez más silenciadas de nuestra sociedad: las pulsiones maternales. El amor materno tiene, en la madre y en la criatura, la carga libidinal más alta porque es el único amor simbiótico de la vida humana, y la fuerza y características de la pulsión se formaron para mantener la atracción mutua durante el desarrollo orgánico en estado simbiótico. La importantísima función de esta libido, en un periodo especialmente sensible de nuestra formación, fue descrita por M. Balint. Hablar hoy del amor materno como una producción del sistema sexual suena a marciano, porque está desfigurado y corrompido, sometido a una represión particularmente inexorable según palabras de Freud. Es preciso tener en cuenta la devastación patriarcal de la sexualidad de la mujer (la anulación del deseo que ha supuesto su sometimiento durante generaciones, los ginocidios recurrentes de las cazas de brujas, la actual fuerza del marketing sociológico, etc.) para comprender cómo es posible que nuestro condicionamiento cultural consiga la trágica supresión actual de la libido materna, desquiciando toda la sexualidad y toda la vida humana. La sexualidad es un encadenamiento de procesos que tienen lugar en todos los niveles de organización del cuerpo, pero no es un proceso que se cierra en el cuerpo humano, sino que está abierto al exterior, y depende de que los demás congéneres, empezando por la madre del periodo simbiótico de gestación, vivan a su vez en el despliegue de su libido, en el continuum de la sexualidad y del amor. Si el cuerpo no puede abrirse al amor y a la sexualidad de sus congéneres, su repliegue y su encierro acaban por frenar la producción propia. No hay placer sin con-placer. La sexualidad tiene una expansión y una función básica en el tejido de las relaciones sociales. Como decían Deleuze y Guattari (9) el deseo recorre o debería recorrer el campo social. Pese a las actuales apariencias, la sexualidad impulsa todas las etapas de la vida humana, siendo la sexualidad coital sólo una parte de la misma. El proceso sexual tiene una función reguladora que va más allá de la reproducción, tal y como el propio deseo y nuestra propia experiencia diaria se encargan de hacernos saber, a pesar del acorazamiento y de las desconexiones internas

Mujer amantando 
Japón 
1868 - 1912

Una armonía hecha de diversidad, reconocimiento y reciprocidad

Según palabras del neurólogo francés H. Laborit: “Somos un conjunto hipercomplejo de sistemas, en el que cada sistema engloba al precedente y se halla englobado por el de complejidad superior: así pasamos de la molécula al complejo enzimático (…), luego a las organizaciones intracelulares, luego a las células, de éstas a los órganos, de los órganos a los sistemas, hasta alcanzar el nivel del organismo entero”. Esta organización en niveles de complejidad, por un lado es un resultado evolutivo, y por otro, un requisito de la propia complejidad y diversidad in-formacional, es decir, de la complejidad y diversidad de funciones que nos dan forma y nos hacen ser lo que somos y no otra cosa. El proceso evolutivo que dio lugar a los organismos vivos complejos se ha llamado simbiogénesis (11), y explica que las formas de vida evolucionaron de las más simples a las más complejas por acoplamientos simbióticos (de ahí el término ‘simbiogénesis’). Una simbiosis quiere decir que dos formas de vida autónomas, con su capacidad de autorregulación y su ecosistema propio, se unen promoviendo una autorregulación conjunta y un ecosistema común en el que ambas quedan englobadas, manteniendo cada cual su propio funcionamiento autorregulador. Esto explica que una célula no deja de ser una célula porque forme parte de un tejido. Es decir, la simbiogénesis explica que en un organismo hipercomplejo cada sistema que lo forma tiene una capacidad de autorregulación propia, y por eso se dice que es un ‘sistema cerrado’ en su organización, y al mismo tiempo “abierto” en su relación ‘in-formacional’ con los otros sistemas. Tan importante es que se mantenga el cierre organizativo de un sistema (su autorregulación), como su apertura informacional y relación con los demás (autorregulación común). Los sistemas orgánicos están continuamente enviándose señales entre sí y en todos los sentidos y direcciones, y cada vez se encuentran más enzimas, fijadores, moduladores, etc. que forman parte de los procesos, así como los ‘receptores’ de las señales… Es una armonía hecha de diversidad, reconocimiento y reciprocidad. La relación establecida entre todos los niveles, hace que los mensajes in-formacionales circulen electrónicamente, molecularmente, etc., traspasando moléculas, células, órganos, etc. La morfología corporal que estudiamos en el bachiller es un compendio de encadenamientos que forman un determinado nivel de organización corporal: las redes vasculares en las que viajan todo tipo de moléculas, las redes neurales, neuro-musculares, neuro-endocrino-musculares, cardio-vaculares… etc. etc. Imaginemos ahora todo lo que sucede a otros niveles, pensando tan sólo en el recorrido de un electrón que viaja en cascada en los procesos de oxidación, o el proceso de formación de las moléculas de ATP, o en cualquier otra cosa conocida de nuestra fisiología, para entender que la ‘apertura’ de los sistemas supone una infinidad de avisos y señales circulando armoniosa y continuamente en el hipercomplejo conjunto corporal.

Mujer amamantando Guerrillera de la FARC 

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La sinergia y el principio de co-operación

Y ahora pensemos en el modo de funcionar unísono y sincronizado de toda esta complejísima organización. Dice Laborit: “Si en un organismo no existen jerarquías, no existe relación de dominio, es porque cada célula, cada órgano, cada sistema, realiza una función cuya finalidad es participar en la conservación de la estructura del conjunto, sin la cual ningún nivel de organización, del más simple al más complejo, podría sobrevivir” (10). A diferencia de la organización jerárquica vertical por la que circulan las órdenes, en el mundo orgánico circulan los avisos y las señales, según establecido en su propia formación en el proceso evolutivo. Este tipo de organización, sin jerarquización a pesar de su increíble diversidad y complejidad, se ha llamado sinergia (12), y ha sido posible en una larga evolución de procesos de simbiogénesis. Así pues la cooperación no es un principio ético o político, es un principio orgánico. Es un principio ético en la medida en que es necesario que la cultura no vaya contra natura. La sinergia de un organismo presupone su armonía interna; de otro modo no sería tal organismo; la armonía de la diversidad es una cualidad in-formacional de los entes orgánicos (13). Esta comprensión de la dinámica y morfología interna de las formas vivas nos permite entender la función del movimiento del placer que recorre los diferentes niveles de sistemas orgánicos (molecular, celular, etc.) estableciendo un tono y un ritmo unísono común a todos; es decir, es una función sinérgica para el desarrollo de todas las cualidades y capacidades corporales. Podemos entender también que su inhibición produce cierres, desconexiones, repliegues, contracciones, rigideces, acorazamientos, encharcamientos, putrefacciones… en definitiva el despiece corporal. El alma es una unidad imaginaria que compensa el cuerpo realmente despiezado, decía Jesús Ibáñez, explicando hasta qué punto son necesarias estrategias culturales de sublimación emocional para reprimir la sexualidad. Despiece y enfermedad como explicó Reich: retracción, agonía y muerte de las células (origen del cáncer), cuando pierden la regulación de la apertura de ciertos sistemas; señalando en concreto la relación entre el cáncer de útero y de mama y la represión sexual de la mujer, relación ya confirmada por estudios epidemiológicos.

Alimentándem
Alaska 1904 

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Un importante indicador del placer: la densidad y la ubicación de los receptores de oxitocina

Veamos ahora en concreto un aspecto de la fisiología del proceso sexual. La pulsión sexual pone en marcha un específico sistema neuro-endocrino-muscular, que activa el sistema autónomo parasimpático y cierra el simpático (si se abre el simpático el proceso automáticamente se detiene); segrega un cóctel de hormonas sexuales, entre otras la oxitocina que al llegar a sus receptores específicos, ubicados en unos determinados haces musculares inervados al parasimpático, les hace vibrar y latir (contracción-distensión, sístole-diástole), para bombear y eyectar el líquido seminal, eyectar flujo vaginal para proceder al coito, bombear y eyectar la leche de las glándulas mamarias, abrir los haces musculares del útero para proceder al parto, o simplemente expandir el placer por todo el cuerpo, porque no por casualidad la ubicación de los receptores de oxitocina coincide con lo que llamamos zonas erógenas del cuerpo. Leboyer, refiriéndose al parto, habló del ritmo ciego y todopoderoso del mundo visceral, y Odent ha explicado que ese ritmo es el ritmo de la pulsión, de la secreción de oxitocina y del latido de los tejidos y vísceras donde se hallan los receptores de oxitocina (por eso popularmente se dice que el amor verdadero es visceral); un ritmo simultáneo al de los otros niveles de nuestra morfología. El sistema sexual tiene un proceso de formación ontogénico, y la cantidad de receptores de oxitocina es variable y depende del desarrollo de las pulsiones sexuales primales e infantiles. En culturas previas al Tabú del Sexo, antes de la prohibición de la sexualidad espontánea, encontramos juegos y bailes que estimulaban y recreaban la sexualidad uterina desde la infancia: los famosos corros femeninos, danzas del vientre y otras prácticas autoeróticas en torno a la excitación del útero (las famosas escobas de las brujas no eran para volar), incrementaban la densidad de receptores de oxitocina necesaria para el desarrollo de la capacidad orgástica, y para parir fácilmente y con placer. Las pulsiones infantiles tienen una función orgánica necesaria y un sentido benefactor en la vida humana. R. Serrano Vicens recogió 1417 historias sexuales de mujeres que revelan que el desarrollo de la capacidad orgástica femenina durante la infancia y la adolescencia, con prácticas autoeróticas y lésbicas, en la España de los años 50, antes de la era del marketing, era todavía muy elevada; y que la ninfomanía de la mujer es un calificativo calumnioso misógino para hacer patológico y anormal un hecho normal y natural. Este estudio muestra también, corroborando lo anteriormente dicho, que cuanto más desarrollo de la sexualidad en la infancia y adolescencia, más éxito y mayor grado de satisfacción se daba en las relaciones conyugales. Muestra también que la actual división de la sexualidad ‘homo’ y ‘hetero’ es artificial. Serrano Vicens era médico de cabecera. El placer siempre está producido por el sistema sexual y tiene una gama infinita de formas, intensidades y matices. Maryse Choisy ha descrito un tipo de orgasmo atípico en mujeres al que llamó ‘no paroxísmico’, que se produce cuando el útero en lugar de latir mantiene un determinado temblor sostenido, como el temblor de una medusa suspendida en el mar. Choisy habla de orgasmo porque realiza toda la descarga del potencial libidinal al igual que los otros tipos de orgasmos, como lo prueba el estado subsiguiente de plena gratificación. Pero hay procesos en que se descarga sólo una pequeña parte del potencial, o se descarga de forma muy sutil. Hay estudios que muestran que en una comida amistosa, en la que la gente se siente a gusto, se producen secreciones de oxitocina; y también hay estudios hechos en mujeres, cuando se juntan con amigas, comprobándose también la subida de los índices de oxitocina; y también hay quien piensa que la risa, que hace temblar las células con sus flexibles membranas, forma parte del sistema sexual o es un pariente cercano. La sexualidad produce la sensación del bienestar que acompaña a la autorregulación corporal, a la plenitud de la armonía de la sinergia corporal (como cuando un gato ronronea); por ello tonifica y anima a los cuerpos, propicia iniciativas y creatividad (ganas de hacer cosas, pasión por las cosas), y se retroalimenta seduciendo, consintiendo y complaciendo. “Buscar el placer y evitar el dolor es la vía de acción –algunos dirían Ley- del mundo orgánico”, decía Kropotkin, resumiendo de modo sencillo la función de la sexualidad. El placer no es una ilusión del neocortex, hay que decirlo, porque lo único que nos enseñan en el sistema educativo es la morfología de los órganos genitales. Ni siquiera en las universidades de medicina o de psicología se habla del deseo y de la capacidad orgástica, cuando la ciencia tendría ya todos los datos para acabar con los mitos y mentiras inventados para organizar la inhibición de la sexualidad. Especialmente grave es el mantenimiento del oscurantismo en relación con la maternidad, por su función clave en la vida humana.

Mujer amamantando a su hijo en Vélez Rubio (Almería) en 1937 durante la guerra civil española.
Foto: Katie Horna 

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La dominación y la quiebra de la autorregulación orgánica

El Patriarcado ha levantado unas civilizaciones basadas en la dominación de la Tierra y en la dominación de la mujer; una dominación que se extiende por diferentes tramos de las cadenas de los ecosistemas y que se ejerce con un rasgo en común: quebrando la autorregulación orgánica, sustituyendo las reglas internas de la vida orgánica por las reglas de la dominación. Por eso nos resulta tan difícil adoptar la perspectiva de la autorregulación orgánica, y en particular la de nuestra biología humana; porque estamos inmersos en la civilización de la dominación. Vivimos en una cultura que ha despreciado, infravalorado y negado la sabiduría intrínseca de la vida orgánica, y por eso nos cuesta creer y confiar en la sabiduría de la propia regulación de nuestros sistemas orgánicos. En lo que se refiere a las emociones, es muy raro encontrar ambientes o corrientes de opinión que defiendan que las emociones son sabias y que juegan, con su sabiduría, un papel fundamental en la autorregulación de nuestros cuerpos. Más bien hemos encontrado corrientes que proponen una ‘alfabetización’ de las emociones, como si éstas fueran erráticas o ignorantes, proponiendo el control unilateral de la razón sobre la actividad emocional. Estas corrientes responden a la necesidad de la dominación de dejar de lado la función de las emociones en la regulación de los cuerpos y de las conductas, para poder imponer tranquilamente las pautas de conducta (fratricidas, competitivas, de dominación, de sumisión, de represión etc.) de la razón patriarcal. Todas las emociones tienen una función reguladora del cuerpo y/o de la conducta humana: la ternura hacia las pequeñas criaturas para asegurar el mantenimiento de la especie, el agradecimiento para activar el apoyo mutuo y la colaboración, la compasión para activar la solidaridad y el cuidado de los que sufren, el amor sexual para activar la función de la sexualidad (tanto para la reproducción como para la regulación de los sistemas corporales), la indignación para reparar las injusticias, el enfado para alejarnos de los que nos hacen daño, la ira para defendernos de las agresiones, etc. Las emociones nos regulan internamente (el cierre organizativo que decían Maturana y Varela), y regulan nuestras relaciones con el exterior. Por otra parte, todos los sistemas fisiológicos y psíquicos que conforman nuestro cuerpo actúan de forma unísona y sinérgica, cooperando entre ellos y apoyándose recíprocamente; si te pegan un pisotón en un pie, todo el cuerpo reacciona, etc.; la interconexión entre todos los sistemas se ha quedado fijada en la filogenia de la cadena evolutiva y en el desarrollo ontogénico de cada vida humana. No es elucubración. La Ciencia cada día descubre nuevas moléculas emisoras y receptoras de mensajes por todo el cuerpo. La interconexión es celular, química y física; y es instantánea. Por su parte, las emociones, que distan mucho de ser erráticas, están asociadas a un sutil y complejo sistema neuroendocrino; brotan y se desarrollan al unísono con los demás sistemas corporales, tanto en su función de regulación interna de nuestros cuerpos como en la de regular la relación de cada cuerpo con el exterior. Cada una de las emociones, de toda la inmensa gama de emociones que hemos experimentado en nuestras vidas, tiene un sentido y una razón para la salvaguarda y desarrollo de nuestra integridad corporal. Las mismas corazas que levantamos en el proceso de socialización representan un repliegue ante la imposibilidad de desarrollar relaciones empáticas y de complacencia; son un mecanismo de supervivencia que cuando se desarrolla más allá de la reacción puntual y se hace habitual, se cronifica, y entonces transforma al ser humano convirtiéndolo en un aguerrido guerrero o un dócil esclavo. Cada coraza representa un malestar y una patología social. Para recuperar el bienestar anímico tenemos que apoyarnos en el conocimiento del metabolismo del psiquismo, de cómo funciona nuestro psiquismo más allá o más acá de las corazas, para restablecer su funcionamiento normal y natural. En lugar de centrar la atención en la coraza patológica, debemos centrarla en el sano y natural funcionamiento de nuestro psiquismo, que ha sido quebrantado por el acorazamiento acontecido en nuestro proceso de integración en la sociedad patriarcal; porque es el sano y normal funcionamiento de nuestro psiquismo lo que nos devolverá el bienestar anímico y psíquico. A lo largo de nuestras vidas se producen continuamente emociones que se sienten y pasan, pero al sentirlas dejan una huella, que son los sentimientos. Y todos los sentimientos que acumulamos constituyen un magma psíquico al que llamamos psiquismo. Las emociones y los sentimientos que brotan en el tiempo presente se funden con los preexistentes, incorporándose al magma psíquico; viajan del presente al pasado; pero también los pasados viajan al presente para fundirse con la actividad psíquica presente. Cuando sentimos el deseo de abrazar a un ser querido, la pulsión del presente se funde con los sentimientos previos que teníamos hacia esa persona, y viceversa, los sentimientos previos que teníamos hacia esa persona, cooperan o producen el nuevo deseo de abrazarla. Es un bucle que se retroalimenta. El funcionamiento natural del psiquismo es una continua retroalimentación del presente con el pasado y del pasado con el presente. Un bucle que sintetiza la unidad y la integridad de la persona. Así pues, nuestra actividad psíquica del presente es un viaje a todo el psiquismo preexistente, y en condiciones normales alcanza, o debería alcanzar, el ámbito psíquico primario de nuestras vidas (app a partir de ahora). El app se formó con la actividad psíquica desarrollada durante la etapa primal de nuestras vidas. Siguiendo a Michel Odent, llamo ‘etapa primal’ a toda la etapa de gestación intra y extrauterina, desde la concepción hasta aproximadamente el primer año de vida en el exterior del cuerpo materno, asociado a la lactancia. Entonces el app podemos situarlo como el ámbito que se forma desde el tercer mes de gestación intrauterina, que es el momento, según los expertos, en el que comienza la actividad psíquica, hasta el año después de nacer. La etapa primal es la única etapa en estado de simbiosis con otro ser humano, y tiene una carga libidinal muy intensa, propia del estado de simbiosis. El amor materno durante la gestación intra y extra uterina contiene la líbido de la gestación y de la lactancia, y es la libido que conforma nuestro ámbito psíquico primario. Esta carga de amor primario es el núcleo central de nuestra vida anímica y está destinada a retroalimentar el fluido psíquico a lo largo de la vida, bombeándolo en todo el desarrollo psíquico ulterior; es decir, el app juega un papel clave de por vida en la retroalimentación de nuestro psiquismo y en el desarrollo de nuestra capacidad de amar. Desde mi punto de vista, recuperar el normal funcionamiento de nuestro psiquismo y el bienestar anímico, equivale a recuperar la conexión entre el psiquismo presente y el ámbito psíquico primario. Una conexión necesaria para el normal funcionamiento de nuestro sistema empático. Recuperar esta conexión supone derretir y eliminar las corazas interpuestas a lo largo de una socialización en una sociedad fratricida, de competencia y de dominación, que bloquean el sistema empático. Si la coraza neutraliza nuestro sistema empático y nos insensibiliza es porque bloquea el fluído psíquico y produce la desconexión psíquica interna general y en particular la desconexión del psiquismo primario. El normal funcionamiento del psiquismo exige que las pulsiones amorosas del presente se puedan retroalimentar con el amor del ámbito psíquico primario; que la emoción del presente pueda hacer el viaje de ida y vuelta al psiquismo primario. Este escrito es la propuesta de un método para realizar esta reconexión; en lugar de centrarnos en desmontar la coraza, la propuesta es centrarnos en promover la reconexión con el app, y en activar el funcionamiento natural del psiquismo. Durante la gestación intra y extrauterina mantenemos una relación simbiótica con nuestra madre, es decir, una relación de dependencia fisiológica y psíquica. Es el único periodo simbiótico de la vida humana. Según los expertos, la actividad psíquica del ser humano comienza en el tercer mes de su gestación. Hasta entonces el desarrollo neurológico del embrión está genéticamente pautado; pero a partir del tercer mes, su desarrollo depende ya de la interacción con la madre; es decir, hay ya una inter-acción, con impulsos también del feto, con una muy alta componente de reciprocidad libidinal. Según M. Balint, durante toda esta etapa, el bucle de empatía que se forma entre madre y criatura tiene la carga libidinal más alta de la vida humana; en esta etapa, en este bucle, se forma nuestro sistema empático y nuestro psiquismo primario. Todos los seres humanos tenemos un sistema empático constituido por un conjunto de fenómenos orgánicos que producen deseos, emociones y sentimientos de empatía hacia otros seres vivos, y que se forma durante la gestación intra y extrauterina, al igual que el resto de sistemas de nuestro cuerpo. La función materna tiene pues una trascendencia fundamental, no solo en la formación de los cuerpos, sino también en la de las almas, entendiendo por ‘alma’ el psiquismo humano, su capacidad de empatizar y su sociabilidad. Así llegamos a las tesis de Bachofen, según el cual el principio del amor materno es también el principio de las relaciones sociales basadas en la fraternidad. Bachofen empleó acertadamente la voz ‘mutterlich’, que literalmente significa maternal, para explicar la formación del grupo humano; la voz ‘maternal’ implica amor materno, no Poder o dominación, pero el ‘mutterrlich’ de Bachofen se ha traducido erráticamente como ‘matriarcal’ por la imposibilidad de imaginar que el amor materno es el principio de la sociabilidad humana. Sin embargo, Bachofen acertó de pleno al situar lo maternal, y no el Poder, como el principio regulador de los grupos humanos originales. Bachofen también acuñó una palabra, ‘muttertum’, que significa el entorno de la madre, para definir el grupo humano formado en torno al foco del amor materno. La empatía materna produce e induce la reciprocidad empática, el ambiente de plena confianza necesario para el desarrollo de la empatía. En la Matrística, los grupos humanos constituidos en torno a la madre, practicaban el cuidado mutuo y lo expandían fuera de las relaciones de parentesco, formando sociedades que descansaban en la solidaridad y en la fraternidad. Los clásicos que citan la Edad Dorada, hablan de pueblos pacíficos que desconocían la guerra y que practicaban la hospitalidad con el extranjero. El mismísimo Colón en su Diario de Viajes (Primer Viaje) expresaba su sorpresa ante la extraordinaria generosidad de los arawaks, y decía que si no lo hubiera visto no lo hubiera creído, una generosidad, una relaciones humanas inimaginables en la mentalidad patriarcal. El principio materno incluye el afán por evitar el malestar o el sufrimiento de la criatura humana, y la madre se vuelca para corregir cualquier cosa que le produzca malestar o sufrimiento; es incompatible con la indiferencia ante el sufrimiento humano, que en cambio es el requisito de la forja del guerrero capaz de matar o de violar a una mujer. Frente a las sociedades guerreras patriarcales, la Matrística, basada en el principio materno, es sinónimo de armonía y de pacifismo. Por eso Victoria Sau conceptualizó el Patriarcado como un vacío de maternidad La separación de la madre no es el estado natural del bebé, cuyo desarrollo está previsto en estado de simbiosis con la madre. La criatura llora cuando se la separa de la madre. Al principio es solo un llanto de aviso, y si la madre acude a cogerle en brazos, el llanto se detiene, la estructura neuromuscular se relaja; pero si la madre no acude a cogerle en brazos el llanto pasa del aviso a la desesperación. La criatura entra en estado de estrés. Se producen descargas de hormonas del estrés como el cortisol y otros glucocorticoides, y el esqueleto neuromuscular se tensa. Se ha demostrado desde la neurología, desde la década de los 90 del siglo pasado, que la separación de la criatura de la madre inmediatamente después nacer, y en general, el sistema de crianza del ser humano separado de la madre, impactan en el desarrollo neurológico que está en una etapa de formación. Nacemos solo con un 25% del cerebro formado, a diferencia de otros mamíferos que nacen con el 80%; nosotr@s alcanzamos ese 80% al año de haber nacido. Nacemos también con millones de neuronas sueltas y el desarrollo neurológico a lo largo del año de la exterogestación, no es otra cosa que el establecimiento de las sinapsis neuronales y la fijación de las redes neurales que nos acompañaran de por vida. La formación de las redes neurales se ve afectada por la toxicidad de las hormonas del estrés, el cortisol, etc., que literalmente destruyen las neuronas. Cuando un bebé se cría en un estado habitual de estrés, se forja un esqueleto neuromuscular adaptado al estado de alerta, que mantiene retraído el sistema empático. Esta formación neuromuscular es, en definitiva, correlativa a un determinado bloqueo del sistema empático; y, en particular es correlativa a la formación de una falla psíquica, que actúa como dique de contención del psiquismo primario, a la que Michael Balint llamó Falta Básica (falta de bucle, falta de madre). La neurología ha corroborado la construcción del esqueleto neuromuscular del acorazamiento expuesto por Wilhelm Reich.

Miliciana de Waswalito
Foto: Orlando Valenzuela 

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